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Cita a ciegas – La Vale
Posted julio 21, 2009
on:- In: citas
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Ya sé.
Les debo mucho tiempo sin ningún post (o debería decir: les debo muchos posts en todo este tiempo).
Pues bien, espero poder retomar este espacio que es al que le tengo más cariño, porque en él he ido registrando mi historia como fóbico social, algunas veces con mucha tristeza, otras con esperanza, pero que al final les sirve a ustedes, a los que leen, para por último identificarse y saber que lo que viven o sienten no es algo que solamente les suceda a ustedes.
En el último episodio les contaba de una cita a ciegas que tenía en la agenda. Pues veamos qué fue de aquello.
El coraje
Es verdad que para ir a una cita a ciegas hay que tener algo de coraje. Aunque también creo que, más que coraje, hay que tener ganas. Esto resulta evidente cuando uno realmente quiere encontrar a ese alguien especial. Pero como sea, las ganas empujan el coraje. Hay que tener deseos de cambiar las circunstancias y de ir en busca de las oportunidades. Bueno, conocer en persona a alguien que ni en fotos has visto puede resultar una ayuda adicional en este sentido, puesto que disminuyen las expectativas.
Sin tanta expectativa
Una de las cosas que aprendí en terapia es que debo controlar mis expectativas. En general, espero mucho de las personas, tanto que termino sintiendo frustración y desengaño la mayoría de las veces. Y quizás espero demasiado porque pienso que al revés es igual: los demás seguramente esperan demasiado de mí. Este es uno de los mitos de la fobia social. Los FS exacerbamos esto de las expectativas en nosotros mismos y proyectamos eso en los demás. Al decir “proyectar” me refiero a que “asignamos” esa idea o característica a los demás, aunque no la tengan.
Para resolver lo anterior, a mi me funcionan dos cosas:
- Recordar, concientemente, que la persona con la que me encuentro no tiene altas expectativas. En la mayoría de los casos esto es realmente así, y saberlo y recordarlo reduce mucho el estrés.
- Si lo anterior no funciona, lo mejor es cambiar el método y reducir las expectativas propias.
El punto #2 me funcionó de maravillas. Como no había visto ninguna foto de mi cita, decidí creer que sería una mujer de lo más normal e, incluso, no muy agraciada. Pensar esto me servía con un doble propósito: estar tranquilo sin pánico anticipatorio y llevarme una grata sorpresa si me equivocaba en lo que había decidido imaginar.
El encuentro
Pues sucedió lo primero. Se trataba de una mujer de mi edad, pero que aparentaba varios años más que yo (o quizás yo aparento menos años de los que realmente tengo..). Además de eso, no me produjo ninguna atracción física y, luego de nuestra cita, comprendí que tampoco tendríamos muchas cosas de la vida en común. A pesar de esto, decidí disfrutar de la velada, lo cual puedo decir con alegría que logré.
Las lecciones
Con esta cita aprendí varias cosas:
- En una cita no puedes conocer a una pareja. Lo que conoces es un posible amigo/a. Cuando se llega con la expectativa de encontrar pareja, lo más probable es que nos llevemos una gran desilusión. Al bajar mis expectativas antes del encuentro, le quité el piso a esa desilusión y pude disfrutar de conocer a alguien sin que eso signifique compromisos.
- El poder de la decisión. En Chile, cuando queremos decir a alguien que debería cambiar la actitud, decimos “cambia el chip”. Cambiar el chip no es otra cosa que pensar distinto a lo que veníamos pensando y hacerlo no es otra cosa que ejercer el poder de la voluntad o decisión. En mi cita podría haberlo pasado pésimo (decepcionado quizás de no encontrar a la chica de mis sueños), pero en cambio decidí disfrutar el momento.
- Una cita a ciegas no es nada del otro mundo. Es juntarse con alguien que nunca has visto antes, ¿pero acaso no sucede así con todas las relaciones interpersonales que desarrollamos? La única diferencia es que en este caso no hay, por lo general, un intermediario que nos presente, al menos no en las citas que surgen en los sitios de citas online. No es algo terrible, no si llegamos a la cita con las expectativas adecuadas y los propósitos adecuados.
Conclusión
Disfruté la cita y también sé que ella la disfrutó. No nos volvimos a ver, aunque esto se debió a que poco tiempo después conocí a una persona que me movió el piso y con quien tuve una relación de pareja durante poco más de un mes (sí, bastante fugaz), luego vino el quiebre y luego la desilusión y el dolor de la pérdida. Pero eso es historia de otro post.
Cita a ciegas…
Posted marzo 7, 2009
on:- In: citas | desafíos
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La Venlafaxina me ha hecho bien, en el sentido que ahora estoy más abierto a tomar riesgos que antes no habría imaginado siquiera. Les contaré sobre uno de esos riesgos: conocer gente.
Hace algunos meses, una amiga me dijo que quería presentarme a una compañera de trabajo. Según ella, nos íbamos a llevar bien, era bonita y muy buena persona, sin dejar de mencionar que estaba soltera en ese entonces, en busca de alguien especial, igual que yo.
En fin, quedamos de juntarnos los tres en un café de la ciudad. Debo reconocer que la idea me tenía muy entusiasmado, y así fue como asistí a la cita lleno de ilusiones…
Cuando llegué, las dos ya estaban sentadas en una mesa. A medida que me iba acercando, una sabia voz interior me decía «huye!! huye!!», y es que en cuanto la mujer en cuestión apareció en mi campo visual entendí que no teníamos absolutamente nada que ver. Inevitablemente, uno se imagina algo, es decir, alguien, con ciertas características que, lamentablemente, siempre resultan idealizaciones. Esta mujer era todo lo contrario a mi fantasía: representaba muchos años más que yo, era al menos diez centímetros más alta y tenía una mirada de mujer sufrida.
Caballero como soy, me senté y compartimos un café que ha sido uno de los más eternos que haya probado jamás. Al llegar a casa me juré y recontrajuré que sería la última cita a ciegas que tendría. Pero por ahí hay un dicho que dice «no escupas al cielo..» y heme aquí, otra vez, a horas de encontrarme con una mujer que no conozco ni en fotografías.
El asunto es el siguiente: hace pocos días me apunté en un sitio de citas. La soltería interminable y mi desgraciada condición de célibe involuntario me llevaron a tomar tan drástica decisión, eso sumado al hecho de que teniendo pocos amigos y amigas, tengo cero posibilidades de que me presenten a alguien (cero absoluto, pues incluso he pedido que me presenten mujeres, pero todos coinciden en que no conocen a nadie «disponible»).
A través del sitio me contactó una mujer de treinta y tantos (tantos como los que tengo yo), interesada en conocerme. Sin embargo, en el sitio no tiene fotografía (humm, mala señal). Nos contactamos luego por messenger, donde sí tenía una fotografía, pero panorámica, de esas donde no distingues ni ojos ni nariz ni nada, encima mal enfocada porque lo que más destaca es la estructura delante de la cual posó. Al preguntarle por otras fotografías me dijo que no tenía fotos de cerca (insisto, mala señal), pero insistió en conocerme y en asegurarme que no me iba a arrepentir (otra vez, mala señal).
Dejé pasar la injusticia de que ella sí sepa cómo me veo y yo no tenga la menor idea de si ella se acerca a la mujer de mis sueños o más bien se parece a la novia de Shrek. En resumen, nos veremos mañana, nos juntaremos al comenzar la noche para beber algún trago por ahí y arreglar el mundo.
En fin, al menos estoy haciendo cosas y eso es un gran avance en toda esta historia fóbica. Por una parte mi ser desea y espera la desilusión, quizás porque no sabría qué hacer si me encuentro con alguien que de verdad me guste. Entonces sí aparecería mi problema de expectativas y los sentimientos de inferioridad y toda esa peste que siempre termina por arruinar todas mis relaciones. Por otra parte, está la sensación de que pierdo mi tiempo, de que debí hacer caso de la lección anterior y no volver a tener citas a ciegas, al menos no sin fotografías de por medio. Pero bueno, ya me comprometí y veremos qué sucede.